4 de diciembre de 2011

Laurent de Bélgica, en el ojo del huracán por su vida desordenada


¿Príncipe triste? ¿Desgraciado? ¿Irresponsable? ¿Irascible? ¿Violento? ¿Mujeriego? ¿Maltratador? ¿Rebelde? ¿Postergado? ¿Temerario? ¿Avaro? ¿Complejo? Una antigua novia quiso denunciarle por malos tratos. Fue disuadida.




¿Príncipe triste? ¿Desgraciado? ¿Irresponsable? ¿Irascible? ¿Violento? ¿Mujeriego? ¿Maltratador? ¿Rebelde? ¿Postergado? ¿Temerario? ¿Avaro? ¿Complejo?

A todo se puede responder afirmativamente si las preguntas se refieren a Laurent de Bélgica, el tercer hijo de los reyes Alberto y Paola de Bélgica, que a sus 48 años acaba de ser objeto de un documental en la televisión pública francófona belga que arroja luz sobre aspectos nada favorecedores del benjamín de la familia real. 

La idea del reportaje nació del enésimo choque entre Laurent y Alberto II, a propósito de un viaje no autorizado a la República Democrática del Congo realizado el pasado marzo por el príncipe. El soberano y el primer ministro le habían indicado expresamente que no lo hiciera. 

El castigo por la desobediencia del 12º en la sucesión al trono fueron seis meses de ostracismo público de la familia real, a añadir al ostracismo privado que Laurent ha sufrido durante casi toda su existencia.

Desde su nacimiento en 1963 hasta hoy, las imágenes recorren una vida que se tuerce desde el principio, con unos padres ausentes e irresponsables, que viven cada uno por su lado durante varios lustros, sin apenas ocuparse de sus tres hijos, con la bella Paola entregada a la vida loca y a diversos amantes, a alguno de los cuales el rumor atribuye la paternidad de Laurent. 

El propio Alberto tiene en ese tiempo una hija, Delfina, con una baronesa. Cuando al príncipe se le comenta a los 30 años -en una entrevista que concede a la televisión sin encomendarse a nadie, en un gesto de ruptura expresa con palacio- sobre el parecido con su padre a su edad, un desprevenido Laurent responde: "Bueno, yo no le conocí... ¡Ups...! no sé cómo era él entonces, yo era muy joven".

El reportaje pone la lupa en dos aspectos de la vida de Laurent de Bélgica: su complicada relación con las mujeres y su pasión enfermiza por el dinero. 

El príncipe tenía un trato posesivo y violento con las chicas que frecuentaba, ya fuera una vistosísima presentadora de la televisión de Flandes, con la que vivió cuatro años, o distinguidas jóvenes de familias con abolengo. 

Diane de Schaetzen, novia de Laurent entre 1993 y 1995, hubiese podido ser una princesa de cuento... de no ser por la mano larga de su alteza, que acabó con ella en el hospital. 

"Tiene un comportamiento que a veces falta al respeto. Respeta más a los animales", confiesa De Schaetzen en el documental. "No me prometió que no lo volvería a hacer. Por eso le dejé".

Ella quiso denunciarle. Fue disuadida desde arriba con el argumento de que no se deja al descubierto a la corona. "Es lo que me decía también mi familia: 'No se deja al descubierto a la corona". 

Son palabras que recuerdan a las pronunciadas, en clave partidista y republicana, por la madre de Tristane Banon, la periodista francesa presuntamente asaltada por Dominique Strauss-Kahn.

El ansia por el dinero es otra vertiente espinosa del aristócrata, explicable quizá por una infancia triste, de hijo sin afecto paternal y sin un céntimo en el bolsillo. Sin oficio ni beneficio ni capacitación profesional para nada, al príncipe se le creó a mediados de los noventa una fundación que le permitiera tener unos recursos con los que vivir. 

Hubo que esperar a 2001 para que los hijos del soberano recibieran una dotación con cargo a los presupuestos del Estado, que a Laurent le suponen 306.000 euros netos anuales en 2011 (25.500 euros mensuales). 

A todas luces insuficiente para quien "quiere ser mil millonario", como dice Thierry Debels, autor de Príncipe Laurent. Rebelde con una causa, en el que la causa es tener fortuna propia.

Ese ansia obsesiva por hacer dinero, tener dinero y no gastar dinero (regatea incluso en el pago de una simple pizza) le han creado a Laurent y a la familia real no pocos problemas. En 2007 se convirtió en el primer príncipe en declarar como testigo en un caso de desvío de fondos a su favor. 

Aunque fue exonerado de toda responsabilidad, Alberto II manifestó en el discurso de Navidad de aquel año que los beneficiarios del fraude deberían devolver el dinero. Fue el soberano quien cubrió el agujero dejado por su hijo.

Con el paso del tiempo y en busca de ese dinero que se resiste, el príncipe se ha envuelto de una maraña de sociedades opacas, cuando no fantasma, de difícil seguimiento, muchas de ellas bajo el paraguas de la ecología. Con esta excusa realizó Laurent aquel conflictivo viaje a Congo. EL PAIS





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