6 de junio de 2011

Felipe de Edimburgo: una trágica infancia

Felipe, esposo de la reina de Inglaterra, cumple esta semana noventa años de edad. En esta ocasión, recordamos su trágica vida entre su nacimiento y su compromiso con Isabel.

Cuando nació, un 10 de junio de 1921, el matrimonio de sus padres ya estaba acabado. Como resultado de ello, la infancia de este hombre y la de sus cuatro hermanas fue tan complicada como la de sus progenitores. Su padre, Andrés de Grecia, era el séptimo hijo de aquel príncipe Guillermo de Dinamarca que había sido invitado a convertirse en rey de Grecia con el nombre de Jorge I.

Su madre, Alicia de Battemberg, era inglesa, hija de padre de nacionalidad alemana. Dicen que Felipe nació en la mesa de cocina de la humilde villa familiar de “Mon repos”, en Corfú, donde Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, prima de Felipe, se enamoraron. Felipe aprendió a hablar por señas para comunicarse con su madre, cuya sordera era consecuencia de haber contraido rubeola a la edad de cuatro años.

La familia real griega ha pasado más tiempo en el exilio que reinando, y tal karma quedó grabado en la vida de Felipe. En una de estas huidas, el pequeño Felipe, con un año, lo hizo dentro de una canasta de naranjas. Cuando regresaron a Grecia, el matrimonio de sus padres estaba ya a la deriva, después de vivir en París un exilio mezquino y distinguido de la aristocracia desheredada.

Ella, la princesa Alicia, era, como hemos visto ya, una mujer profundamente religiosa, que a veces parecía despegar los pies de la tierra y huir al séptimo cielo de tantas desgracias familiares. El padre, el príncipe griego más griego de su familia, era un bohemio a quien sólo le interesaban el juego y las mujeres hermosas.

La convivencia era tan imposible que se separaron. Alicia (Alicky) ingresó en un convento, mientras Andreas se refugió en la Costa Azul, cerca de las ruletas. El niño se encontró, de la noche a la mañana y con sólo ocho años, sin padres, sin patria, sin hogar y sin dinero.

Felipe había crecido en el seno de la realeza: además del príncipe heredero de Suecia, otros de sus tíos eran el rey de Grecia en el exilio y la princesa María Bonaparte, que había sido amante del primer ministro francés y más tarde discípula y mescenas de Sigmund Freud. Alejandra, prima de Felipe, se casó con el rey de Yugoslavia, y su prima favorita, la princesa Federica de Hannover, nieta del káiser y ex integrante de las juventudes hitlerianas, se convirtió en reina consorte de Grecia.

Hasta entonces, Felipe había vivido en el palacio londinense de Kensington, en los palacios reales de Bucarest y Sinaia, y también en la residencia real de Transilvania, donde visitaba a su primo y amigo (de su misma edad) el rey Miguel de Rumania. La abuela de Miguel, la reina madre María, era para Felipe la “tía Missy”.

Durante la crisis psicológica de la princesa Alicia, que tenía alusinaciones extrañas y se creía esposa de Jesucristo, la abuela materna de Felipe, la marquesa viuda Victoria de Milford Haven (una antigua princesa de Hesse-Damrstadt), se hizo cargo de él, que fue enviado a Inglaterra. Murió unos años después, y la responsabilidad de cuidar de Felipe recayó sobre su hijo mayor, el sádico lord George Mountbatten, y su extravagante esposa, Nadeida. Lord George murió en 1938. “Fue entonces que el tío Dickie se encargó de mí”, dijo Felipe. “Parece que para la gente yo no había tenido padre antes de eso. Da igual, porque todos creen que Dickie es mi padre”.

En diez años, el príncipe Felipe había pasado por cuatro colegios distintos, pagados todos ellos por diversos parientes. Una heredera norteamericana casada con su tío Cristóbal de Grecia, la princesa Anastasia, también aportó económicamente a sus gastos escolares, lo cual, sin embargo, no impidió que Felipe fuera el alumno más pobre de la escuela, sea cual fuere la escuela.

Su tío el príncipe heredero de Suecia le enviaba cada Navidad dinero para sus gastos personales, pero la cantidad fue la misma cada año y además era insignificante: una libra esterlina. Una tía rica (la princesa María Bonaparte) le financió sus dos primeros años en The Elms, un colegio para norteamericanos ricos en St. Cloud, cerca de París. Sus parientes británicos le costearon los cuatro años siguientes en la Old Tabor School de Cheam, Surrey, uno de los colegios más tradicionales de Inglaterra.

Ni una sola vez en sus cinco años de internado en la escuela escocesa de Gordonstoun Felipe recibió la visita de su familia; a falta de hogar propio, tenía que pasar las vacaciones en casa de sus parientes. Más de una vez se vio obligado a pedir ropa prestada a sus compañeros, que todavía se acuerdan de haber buscado por todas partes un traje y unos gemelos para que Felipe pudiera ir correctamente vestido a la boda de su prima Marina de Grecia con el duque de Kent en 1934.

Después de haber pasado algunos años en en Inglaterra, Felipe quedó al cuidado de su hermana mayor, Theodora de Baden. Sus cuatro hermanas estaban ya todas casadas con príncipes alemanes, pero Theodora era la más acaudalada y su palacio era dos veces más grande y lujoso que el Palacio de Buckingham. Así, a los doce años, Felipe ingresó en Schloss Salem, Baden, colegio cuyo director era cuñado suyo, el príncipe Bertoldo de Baden. 

Tenía 16 años de edad cuando su vida se topó con la siguiente gran tragedia: la muerte de su hermana, la princesa Cecilia. Ésta tenía dos hijos pequeños, Alejandro y Luis, y una hija, Johanna, de dos años de edad, cuando el 9 de octubre de 1937 murió su suegro, y Georg-Donatus se convirtió en el jefe de la casa gran ducal. Para el 20 de noviembre de aquel mismo año, toda la familia fue invitada al casamiento en Londres del cuñado de la princesa Cecilia, Luis de Hesse, con la joven inglesa Margaret Geddes, hija un antiguo embajador británico, lord Geddes. 

Cecilia de Grecia esperaba un cuarto hijo cuando el avión en el que viajaba rumbo a Inglaterra estalló en llamas: el aparato tenía que hacer escala en Ostende, Bélgica, para recoger a dos pasajeros más, pero una espesa niebla cubría la ciudad. 

La falta de visibilidad provocó que el avión chocara contra una chimenea, perdiendo un ala y uno de los motores, y acabó estrellándose en llamas. Todos murieron instantáneamente: Cecilia, su esposo Georg-Donatus, su suegra Eleonore, sus hijos Alejandro y Luis, el barón Joachim von Riedesel (que iba a ser el padrino de la boda), y Lina Henar, la niñera de los pequeños príncipes. 

La boda de Luis y Margaret se realizó de todos modos al día siguiente (pues ya había tenido que ser pospuesta tiempo atrás ante la muerte del Duque de Hesse-Darmstadt), en medio de un tormentoso luto, y los recién casados volaron al lugar del accidente inmediatamente y regresaron a la ciudad alemana de Darmstadt para su luna de miel acompañados de cinco ataúdes. La única sobreviviente fue la pequeña Johanna, que moriría de meningitis a los cuatro años de edad.

El fatal accidente ocurrió el mismo día del 59º aniversario de la muerte de una antigua princesa de Hesse, María, y del 34º aniversario del fallecimiento de la pequeña princesa Elisabeth, hermana de Georg-Donatus.

El funeral tuvo lugar en Darmstadt, Hesse, pocos días después, y allí se pudo ver, entre otros, al joven Felipe de Grecia –el futuro esposo de la reina de Inglaterra—acompañado de sus primos y cuñados alemanes que saludaban con el gesto nazi. La tragedia significó un golpe durísimo al corazón de Alicia y Andrés de Grecia. Así como escribió el príncipe en una carta a su suegra: “Me mantengo en forma hasta cierto punto, pero no puedo decir que el tiempo haya tenido ningún efecto sanador; ha sido un golpe muy, muy duro, y su peso se hace cada vez mayor conforme el tiempo pasa”.

En ocasión de la restauración de la monarquía en Grecia, Felipe volvió brevemente a Atenas en 1938 para asistir al casamiento de su primo, el príncipe Pablo (futuro rey de Grecia) con Federica de Hannover. Allí se reencontró con su padre, cuya vida estuvo tan colmada de aventuras, decepciones y dramas que le dio a su hijo dos consejos importantísimos: “Quédate en Inglaterra, es el lugar más seguro para gente como nosotros, y cásate con una mujer rica, porque nunca tendrás un centavo”.

El príncipe falleció seis años después en brazos de su amante en montecarlo, sin un centavo en sus bolsillos y dejando a su hijo una herencia que consistía en una vieja maleta con dos trajes apolillados, un marco de piel gastado y un juego de brochas de afeitar de marfil. Felipe no pasó a buscar su exiguo legado hasta 1946. 

Posteriormente, el distinguido tío Luis Mountbatten de Burma, “tío Dickie”, utilizó su influencia para permitir a Felipe el ingreso en la Academia Naval de Darmouth, donde, en una visita de la familia real inglesa, conoció su destino: la tímida y joven princesa Isabel, heredera del trono más ilustre y rico de toda la tierra. Felipe entonces tenía 18 años y era cadete de la Real Academia Naval de Darmouth.

Isabel de Inglaterra tenía apenas 13 años cuando, junto a sus padres, su hermana Margarita, y la reina Alejandra de Yugoslavia (prima de Felipe) llegó a Darmouth en el yate real junto con Lord Mountbatten, y el sobrino de este, el joven Felipe, fue invitado a conocerlos. Las chicas quedaron encantadas con el joven e Isabel se enamoró al instante de él. 

A partir de entonces, el Príncipe comenzó a escribirle cartas amistosas a Isabel, y continuó haciéndolo por años, durante toda la Segunda Guerra Mundial, mientras él servía en la guerra en la Marina inglesa. Ella vivía pendiente de esas cartas y lo esperó hasta que Felipe regresó a Inglaterra en 1946, pues para la Princesa había sido un flechazo desde el primer momento, y nunca más se interesó en otro hombre.



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